sábado, 13 de marzo de 2010

Él Siempre Perdona

Saludos:

En esta ocasión les presento un cuento que escribí allá en el lejano 2004, les gustó a muchos de mis amigos que insistieron en que lo publicara, pero la verdad, en aquellos años como que sí me daba algo de miedito, me animo a publicarlo ahora, esperando que no me excomulguen, y si lo hacen, pues bueno, ya ni modo, ya me tocaba. si son suceptibles en cuanto a sus creencias no lo lean, pero si una obra astística puede llegarles a conmover, pues pásenle a lo barrido. Espero sus comentarios, creíticas y opiniones, ya saben que en este espacio no se censura a nadie.
Saludos:
El Nachomán!

Él Siempre Perdona



Sucia.
Magdalena se sintió sucia, indigna. ¿Cómo la iba a aceptar así su amado?
La sangre recientemente quebrantada aún emanaba de entre sus piernas, su pubis le ardía y le dolía, pero ese dolor no era nada comparado con el dolor del alma, el dolor de existir equiparable al de nacer entre otro fluir de sangre.
Dos surcos negros dibujados en sus mejillas la hacían parecer la niña que no ha mucho tiempo había sido, ¿hace dos o tres años?, ¿hace tan solo unos minutos?
Tenía solo dieciséis años, y sin embargo, ya había conocido a su amor verdadero, al único; sus ojos serenos la habían contemplado la primera vez que lo vio con una gran empatía y su larga caballera rizada caía en sus hombros, como si de artista de rock se tratara, ¿cómo no ser tan irremediablemente de él?
Tal vez todo había sido culpa suya, estaba segura que su madre y su abuela se lo dirían: “De seguro les coqueteaste, fue tu culpa, tu culpa”.
¿Pero realmente lo era?, ella simplemente caminaba de regreso a casa del catecismo, ya los había visto antes, un par de veces; la primera vez le silbaron, hicieron ruidos tronándose la boca, diciendo cosas que no entendía del todo, pero que sabía que a su prometido le molestarían.
La segunda vez fue peor, la tocaron, la insultaron y volvieron a silbarle.
Pero ésta última vez fue peor, uno era alto y gordo, como de unos treinta años, el otro era flaco, chimuelo y con la cara cacariza. Esta vez la llevaron a un callejón en donde la golpearon, arrancaron su vestido y se robaron su virtud; sintió como sus bocas jadeaban mientras trataban de besarla, la boca les apestaba y sus brazos la prensaron como si se trataran de pinzas mecánicas.
“¿Por qué, por qué?” Se preguntaba, “¿Dónde está mi amado, quien me prometió estar siempre conmigo y cuidarme de tipos como esos?”.
Al final la dejaron ahí, tirada, batida en su propia sangre; se quedó sollozando por un par de horas sin saber que hacer, esperando, no sabía porqué, una reprensión mayor.
Finalmente se levantó y se dirigió a su hogar, las paredes de las que se sostenía parecían hechas de gelatina, estaba mareada; la gente que la veía caminar simplemente se hacía hacia los lados, no era temporada de buenos samaritanos.
Llegó a su casa y su madre la regañó por haberse retrasado del catecismo, le dijo que no era digna de su prometido, que no le extrañaba verla tan desaliñada.
“De seguro anduviste de loca, ¡pero ahí de ti si me sales panzona!” Dijo finalmente la madre dejando ahora que su abuela hiciera lo suyo, pero Magdalena no las escuchaba, simplemente se quedó quieta, de pie estoicamente, oyendo sin escuchar el sermón.
Una vez que las señoras terminaron Magdalena se fue al baño en donde se limpió una, dos, tres, cuatro... seis veces y perdió la cuenta, se bañó y se talló el pubis con el jabón hasta que este se terminó, buscando ver si podía limpiar su mancha y recobrar su pureza.
Y entonces volvió a llorar, sus lágrimas se mezclaron con las gotas de la regadera en la cual se sentó finalmente en la loza hasta que vació el tinaco y ya no cayó más agua. Siguió llorando hasta que su abuela tocó la puerta para exigirle que se apurara. Magdalena solamente se levantó, se envolvió en una toalla y abrió la puerta dándole la espalda a la anciana dirigiéndose a su recámara.
Ahí vio una imagen de la Virgen de Guadalupe que pareció mirarla con reproche, ya no era como ella, ya no era digna. Siguió preguntando porqué hasta que finalmente se quedó dormida.

* * * *

Magdalena ya no quiso ir a la escuela, lo cual a su madre y a su abuela no les importó mucho, aunque no dejó de ir al catecismo, buscó otra ruta, una en donde no volviera a ver al par que la habían ultrajado. En el catecismo su conducta era serena, no hablaba no preguntaba nada, cosa que a la Madre Prudencia desconcertó. Magdalena, sabía la monja, era muy alegre y atenta al escuchar la palabra del Señor. Ya no hacía preguntas o compartía su sentir, como la luz se introducía hasta lo más recóndito de su ser y le daba sentido a su existencia.
No pasó siquiera una semana cuando Sor Prudencia la detuvo al terminar la sesión, desconcertada por su pupila no pudo más que tratar de averiguar que le ocurría.
- Madre... Acertó a decir la adolescente abrazándola, sintiendo así un apoyo maternal que se le había negado, no la soltó y se puso a llorar-.
La monja comprensiva la abrazó y acarició con sus gruesas manos el pelo de la joven, casi una niña, así hasta que pasaron varios minutos. Magdalena finalmente tomó fuerzas y habló con la monja:
- Madre Prudencia, me pasó algo terrible... ya no soy digna de nadie
Y dicho esto empezó a llorar de nuevo, la madre levantó su rostro dulcemente y le dijo:
- No Magdalena, no mi niña, nadie es totalmente indigno, ve al púlpito y reza, reza y ora a Nuestro Señor Jesucristo, él siempre perdona.
Al escuchar esto, Magdalena sintió que una puerta de escape se habría, sonrió mirando a la monja.
- ¿De veras?
- Sí, para él siempre serás digna.

* * * *
Magdalena llegó corriendo a la iglesia, solo estaba él, su amado esperándola. Magdalena se hincó levantándose su falda arriba de las rodillas y empezó a rezar ante un Cristo de madera que miraba compasivamente hacia el cielo bañado en sangre de su frente, la muchacha rezó primero un “Padre nuestro” y dos “Dios te salve María” esperando la iluminara, la perdonara...
Y Jesús no parecía reaccionar...
Magdalena lloró de nuevo, agachó la cabeza con los ojos húmedos, pensó que definitivamente era indigna, que Jesús no la quería; entonces escuchó un ruido metálico en el suelo, un ruido que rebotó y se repitió tres veces más.
Un clavo había caído, segundo por dos más, el cristo de madera había encarnado y bajó de la cruz con un esfuerzo sobrehumano, le costaba caminar, recargándose entre las bancas de la iglesia, apoyándose poco a poco, se dirigió hacia Magdalena quien de inmediato se levantó a sostener al hombre... a su hombre.
- Creí que ya no me ibas a querer... –Dijo Magdalena viendo a Jesús hacia los ojos-.
Jesús le sonrió y con su dedo índice le acarició su rostro. Pronto quedaron sus rostros juntos, cara contra cara; Magdalena sintió su aliento en su boca y como si buscara amor, lo besó en los labios.
Jesús solo entreabrió su boca suavemente para recibir los labios de la chica quien nunca antes había besado a nadie, tratando ésta de introducir su lengua como había visto en las películas, pero Jesús se resistió, solo le rozó sus labios; sin embargo, fue éste el beso más dulce que Magdalena jamás recibiría.
Jesús sostuvo a la muchacha en sus brazos, levantó su brazo derecho por detrás y empezó a acariciarle el pelo a la muchacha; pero el dolor y el debilitamiento de más de dos mil años lo hizo desfallecer y Magdalena lo sostuvo por el hombro hasta que quedaron recostados en el piso.
Magdalena entonces continuó besándolo, primero en la frente, luego en los párpados, de nuevo en la boca; con sus manos, Magdalena lo acariciaba suavemente, hasta que Jesús sufrió un ligero espasmo de dolor, la adolescente se dio cuenta que había lastimado una de sus llagas, una que estaba justamente debajo de su corazón así que de inmediato se acercó a sus costillas y empezó a besarle sus cicatrices, suavemente, y después a lamerlas con ternura, poco a poco por todo su cuerpo.
Magdalena se percató entonces de otro milagro más, conforme lamía y besaba sus llagas estas parecían cerrarse, Jesús la sostenía por la cabeza cerrando sus ojos, dejándose sumir por el placer tras estar crucificado por tanto tiempo.
Pasó sus manos entre su rizos y Jesús la miró complacido, Magdalena continuó con el ritual y siguió lamiendo sus estigmas, después el resto del cuerpo, su pecho, sus tetillas, su estomago, su miembro viril.
Magdalena finalmente se quitó su falda y su blusa, Jesús levantó su cintura para abrazar a la muchacha y besarla con ternura en esa pose, sentados, Magdalena en su regazo, él empezó a besar y a lamer sus pechos mientras ella se dejaba arrebatar por el placer, placer que purificaría, a diferencia del jabón, su matriz violada.
Jesús recostó finalmente a Magdalena y la miró a los ojos, ésta no podía creer que un hombre tan guapo decidiera hacerla su amante... y que la quisiera tanto.
Jesús recorrió el cuerpo de Magdalena con sus manos, purificándola por todas partes, abrió sus delicadas piernas y empezó a lamerla también, lubricándola para después introducir su miembro erecto, húmedo y necesitado de placer.
Magdalena cerró los ojos y se entregó al goce, no había dolor en esta ocasión, era la gloria pura, era algo que ella aceptaba y deseaba; sentía como el rígido pene de su Señor entraba y salía, purificando finalmente su ser.
Abrió los ojos mientras Jesús se contoneaba, ahora él cerraba los ojos y disfrutaba con Magdalena, ella asintió mirándolo fijamente, gozando gracias a ella, se sintió fuerte, y él le pareció sumamente hermoso.
Sangre empezó a brotar de las sienes de su señor, en lugar de sudor, resultado de la corona de espinas, pero no parecía dolerle, era un dolor pasajero, como el de la primera relación.
Finalmente Jesús eyaculó dentro de Magdalena, terminando así el proceso de purificación, fue un orgasmo simultáneo, fue llegar literalmente al cielo, al húmedo paraíso que ofrecía éste mundo carnal.
Se quedaron así, abrazados, Magdalena se sintió segura en sus brazos, brazos de hombre; cerró los ojos y se quedó dormida sintiendo su respirar, en su paraíso particular.
Al despertar Jesús ya no estaba a su lado, había regresado al crucifijo, las llagas también habían regresado a su lugar, todas, menos una, la que estaba debajo del corazón.
Magdalena miró los ojos compasivos de su novio, de su prometido que la miraban con compasión. Se acercó al crucifijo y alcanzó a besar una de sus rodillas.
Finalmente, Magdalena asintió y se retiró de la iglesia, feliz, plena, contenta.
Días después Magdalena continuó su catecismo y finalmente se volvió monja, una de las tantas esposas de Jesucristo, pero a la vez, única y especial.
Sí, su prometido la había perdonado, la había aceptado tal y como era, pero es que él es así, él siempre perdona...
3 de Marzo del 2004